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Mostrando entradas de noviembre, 2011

"1940"

Es una mañana soleada de principios de mayo. Entro en la cafetería de la esquina, aquella tan antigua. Los olores y sonidos embriagan todo mi ser: el murmullo de la gente, el olor a café y tostadas, el sonido de las sillas al ser arrastradas. Me acerco a la mesa del final, la de la esquina, y me acomodo en una de las sillas orientadas hacia la puerta. Siempre elijo el mismo lugar. —Buenos días, señora, ¿le pongo lo de siempre? —me pregunta la camarera. —Sí, por favor. Un café con leche, con mucha nata, como siempre. Sí, ya sé que suena extraño, pero me encanta. La camarera llega rápida- mente con mi bebida. —¡Que aproveche! —exclama. —Muchas gracias, Carolina. Aspiro el dulce aroma procedente de mi taza, la sujeto con ambas manos y cierro los ojos para darle el primer sorbo. En la primera mesa del local, una muchacha se muerde las uñas. Parece nerviosa. —Buenos días, ¿has decidido ya lo que quieres tomar? —le pre-

Y mucho menos a ti...

Hoy tengo por fin un poco de tranquilidad, y justo ahora decides hacerme una visita, regalarme ese privilegio que es pensar en ti aunque sea por un momento. Y yo odio tu capacidad para hacerme sentir tan bien, tan terriblemente lleno, tan desagradablemente feliz, tu capacidad para hacer que lo vea todo con un poquito más de luz; las diez de la noche y el reflejo de tu pensamiento iluminando todo el cielo. Y odio eso porque nunca te has dignado a regalarme algo de TU luz, en lugar de la que produce tu recuerdo... Hoy estás más radiante que nunca, puedo verlo desde aquí, aunque no estés conmigo, puedo sentirte más cerca que nunca, sobre todo después de esta tarde. Te quiero. Las luces de Granada le dan un brillo especial a la realidad; tu sonrisa me ilumina el c orazón y la fuente arroja una tenue luz sobre nuestro parque, aquél donde, casi sin querer, caminamos de la mano por primera vez. Un paseo inocente, agradable, y entre dos amigos. Pero ambos sabíamos que eramos mucho má